Cuando bajan las temperaturas se aprecia más la importancia del calor. El propio cuerpo lo genera para reforzar sus defensas pero también se puede recurrir a él para aliviar el dolor y ciertas dolencias.
El calor generado por el propio cuerpo o el aplicado con fines terapeúticos procuran beneficios en muchos ámbitos.
- En las células las temperaturas moderadamente altas incrementan los procesos metabólicos, que se ralentizan al cruzar cierto umbral. Las células inmunitarias resultan más eficaces frente a virus, bacterias y células precancerígenas. También se acelera la reparación de tejidos.
- Los vasos sanguíneos se contraen y luego se dilatan, lo que mejora el flujo de sangre y la nutrición celular. La dilatación disminuye la presión arterial. Además la sangre se alcaliniza y esto reduce la viscosidad y la glucemia, pues se intercambia más líquido con el sistema linfático.
- Ayuda a eliminar sustancias tóxicas, sea a través del sudor o la orina.
- Mitiga las secreciones digestivas y aumenta los movimientos intestinales aplicado a nivel local.
- A nivel muscular relaja y ablanda músculos, tendones y cartílagos. Es antiespasmódico, aumenta la elasticidad y calma la fatiga.
- Sobre la piel, aumenta su temperatura y provoca la llegada de sangre, además de la transpiración.
- Reduce la sensibilidad al dolor de las terminaciones nerviosas, por lo que resulta sedante y analgésico.
Cuándo está indicado el calor:
- Estrés e insomnio, aplicándolo en baños calientes y con otras técnicas de hidroterapia con agua caliente.
- Lesiones músculo-esqueléticas (contusiones, desgarros musculares, esguinces, tendinitis o fracturas).
- Problemas circulatorios.
- Enfermedades autoinmunes como la artritis. Es necesario consultar con el médico especialista.
- El cansancio crónico y la fibromialgia, con una «fiebre artificial» suave. Muchos pacientes se sienten con más energía tras las sesiones.
- Neuralgias y angina de pecho.
El calor tiene algo que gusta a todos. Al sumergirse en un baño templado, arroparse en la cama o tomar el sol, nos sentimos reconfortados. Pero el calor se ha revelado además como una ayuda eficaz para recuperar la salud y el bienestar. Con este fin ha sido utilizado desde hace miles de años y la ciencia actual está desarrollando sus posibilidades. El calor puede ayudar a superar rápidamente las afecciones leves comunes, alivia las molestias de enfermedades crónicas y tiene un papel positivo en alteraciones graves como el cáncer.
El cuerpo humano debe mantener su temperatura interior dentro de un estrecho margen –entre 36,5 y 37,5 ºC– para que todas las funciones fisiológicas se realicen correctamente. Por eso, cuando hace mucho frío o mucho calor, el organismo está dotado de mecanismos para conservar el calor o perderlo. La transpiración, por ejemplo, hace descender la temperatura, mientras que la actividad muscular, la aumenta.
Sin embargo, en determinadas situaciones resulta beneficioso un ligero incremento de la temperatura. Cuando una bacteria o un virus representan una amenaza para la salud, el cuerpo responde aumentándola por encima de lo normal. Curiosamente las bacterias y los virus patógenos son más vulnerables al calor que las células sanas. Cuando la temperatura se sitúa entre los 38 y los 39 ºC, las células inmunitarias trabajan de manera más eficaz y penetran más fácilmente en el tejido corporal enfermo. También mejora el aporte de oxígeno y de nutrientes a los órganos afectados. Por tanto, la fiebre constituye uno de los recursos más eficaces del sistema inmunitario y no debe cortarse a menos que represente un riesgo.
Manuel Núñez y Claudina Navarro
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